Lo que iba a
ser un encuentro deseado, se convierte en una agresión sexual. Esa situación es
más frecuente que el estereotipo de violación por parte de un desconocido en la
calle, pero para las mujeres es más difícil de identificar como un delito
contra su libertad sexual. La culpa, la vergüenza de exponer su sexualidad y el
miedo a que no las crean hace que pocas denuncien e incluso lo cuenten.
Haber salido
a ligar o haber bebido alimentan el sentimiento de culpa de las víctimas.
La 'primera
vez' de Blanca fue una violación, pero le costó años reconocerla como tal.
Tenía 17 años y ligó con un compañero de clase en una fiesta de fin de curso.
El chico le gustaba, y se sentía preparada para tener sexo con él. Pero en un
momento dado su actitud le desagradó, y le pidió que parara. Él, lejos de atender
sus 'no', la empotró contra la pared, le tapó la boca y la forzó. Ella respiró
hondo e intentó relajarse para no sufrir lesiones. Se lo contó a sus amigas sin
darle mayor importancia: que había tomado dos cervezas y se dejó hacer. Después
de nueve años y dos relaciones de pareja marcadas por las humillaciones y los
abusos, fortalecida por la terapia y el contacto con el feminismo, Blanca se
reconoció como una mujer violada y lloró por primera vez.
Cuando
escuchamos la palabra 'violación', nos imaginamos una escena muy distinta: una
joven camina sola de noche, un desconocido la asalta y la fuerza brutalmente.
“Las agresiones sexuales que no se asimilan a ese imaginario de violaciones de
película se normalizan, se las considera 'otra cosa', o se culpa a la víctima
(que le provocó, que no dijo que no con la suficiente insistencia...)”, alerta
la psicóloga especialista en violencia de género, Norma Vázquez. El 'ligoteo'
es uno de los contextos en los que más agresiones sexuales se dan, apunta, pero
a las mujeres les cuesta identificarlas como tales, puesto que ellas querían en
un primer momento trabar relación o mantener un intercambio sexual.
Agresores
conocidos.
Vázquez
dirige la consultaría Sortzen, responsable del estudio 'Agresiones sexuales.
Cómo se viven, cómo se entienden y cómo se atienden', publicado por la
Dirección de Atención a Víctimas de Violencia de Género del Gobierno vasco, que
revela que la mayoría de agresiones sexuales reportadas en 2009 ocurrieron de
noche, pero la mitad tuvieron lugar en un domicilio (no se precisa si en el del
agresor o de la víctima). La edad de la mayoría de las víctimas y de los
agresores era de 26 a 35 años. El 60% de los agresores emplearon la violencia
física, pero sólo el 9% amenazaron con un arma blanca.
En Bizkaia,
en el 86% de los casos había relación previa entre la víctima y el desconocido;
cifra que se queda en el 53% en Gipuzkoa, mientras que en Álava todos los
agresores eran desconocidos. “Los datos nos muestran las características de las
agresiones sexuales que se denuncian, no de las que ocurren”, se matiza en el
informe.
En Castilla y
León, la Asociación de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales y Violencia
de Género, Adavas, confirma que, según sus datos, tan sólo son 12-15% de todos
los delitos sexuales son asaltos de desconocidos. En la mayoría de casos, “el
agresor sexual se prevale de la cercanía con la víctima para perpetrar sus
ataques: la propia pareja o ex pareja, o los familiares, cuidadores en el caso
de menores, en los que la víctima no denuncia porque piensa que no le van a
creer”, explica Manuela Torres, abogada de Adavas.
El límite del
consentimiento.
Lo que le
ocurrió a Blanca es, según el informe del Gobierno vasco, uno de los casos más
habituales: una mujer conoce a un hombre con el que le apetece tener un
encuentro, en un momento se siente a disgusto o no le gusta el rumbo que toma
la situación, y él la presiona o fuerza a seguir.
Para la
realización del estudio se contó con los testimonios de alrededor de 70 mujeres
a través de grupos de discusión. Muchas reconocieron no tener claro qué se
puede considerar como agresión sexual. Por ejemplo, la mayoría no identificaban
como tal que el hombre se niegue a usar preservativo. En el informe se alerta
de que la actitud masculina tan extendida y normalizada de insistir y presionar
para tener sexo, hace que las mujeres acepten esa conducta “como algo
consustancial a salir de fiesta”.
Norma Vázquez
responde que el límite es “la coacción: si hay presiones, si el hombre no ha
respetado el 'no' de la mujer”. Pero reconoce que, a menudo, cuando el agresor
es conocido, la línea que separa una relación consentida de una forzada es
difusa. “Hay mujeres que empiezan diciendo que no, pero que ceden por la
presión, el chantaje, o por evitar males menores, como el miedo a la violencia
física. Esas mismas mujeres a menudo no lo consideran violencia, porque se
quedan con que finalmente aceptaron o con que ellas lo buscaron”.
La psicóloga
lamenta que la sociedad no entienda por qué una mujer no se opone con firmeza a
una relación sexual no deseada, y que la pregunta sea esa en vez de cuestionar
por qué muchos hombres siguen sin aceptar la primera negativa. “Decir que no,
mantenerlo y defenderlo cuesta”, recuerda.
Vergüenza y
culpa.
“Sentí culpa
y vergüenza”, relata Blanca. “Porque yo había decidido que quería tener
relaciones, yo había decidido que quería irme con ese chico. Hasta le había
dejado que me bajase las bragas. Sentía que yo me lo había buscado y que no
tenía derecho a echarme atrás en el último momento. Me sentía tonta”, reconoce.
Haber bebido,
haber salido de casa con ganas de un revolcón o no haber sabido dar un 'no'
contundente son algunos de los elementos por los que las víctimas se sienten
responsables de lo que les ocurrió, destaca la psicóloga. Si la sociedad
transmite a las mujeres que son ellas las que tienen que protegerse y limitarse
para no ser agredidas, cuando esto ocurre, su primera reflexión no apela al
agresor (¿por qué ha agredido?) sino a la víctima (¿por qué se metió en esa
situación?).
Incluso las
participantes del estudio que afirmaron no vivir la agresión con culpa,
admitieron que sentían que habían dado pie a ello. Por ello, uno de los ejes
principales en la atención que brinda Adavas en Castilla y León a las víctimas
de agresiones sexuales es transmitirles “que no han tenido la culpa de lo que
les ha sucedido y que una agresión comienza cuando se transgrede la barrera del
no y se daña así la libertad sexual de una persona”, señala la abogada de la
asociación.
Pero una vez
superado el sentimiento de culpa, persiste el miedo a ser juzgadas. Las
participantes en el estudio del Gobierno vasco opinaron que la sociedad y la
justicia tienden a señalar a las mujeres más que a los agresores. Un caso claro
que se citó en los grupos de discusión fue el asesinato (homicidio, según la
condena) de Nagore Laffage en las fiestas de San Fermín a manos de un
psiquiatra del hospital en el que trabajaba, José Diego Yllanes. Pese a que el
caso conmocionó a la ciudadanía vasca y navarra, dos preguntas flotaron en el
aire en todo momento. ¿Si no quería sexo, para qué subió a casa de Yllanes? ¿Y
qué hizo ella para que un tipo tan respetable se volviera loco y la asesinase?
Cuesta
denunciar.
De las más de
70 mujeres entrevistadas para el estudio, Norma Vázquez destaca que ninguna
había denunciado las agresiones sexuales sufridas: “Nos decían cosas como: 'Yo
no me veo explicando al fiscal, al juez, a la médica... que sólo quería un
magreo, o que él se puso violento y me dio miedo, o que no supe decir que no a
tiempo'. Denunciar lo que está en el limbo de 'yo sí quería pero no tanto' es
dificilísimo. Es la pescadilla que se muerde la cola: se denuncian las
agresiones que más cumplen con el estereotipo de asalto con violencia”.
Blanca admite
que si hubiera sufrido esa agresión ahora, tampoco hubiera denunciado. “¿Qué
pruebas presentaría? Traté de relajarme en vez de oponer resistencia, por lo
que no me desgarró la vagina, no me golpeó ni me rompió la ropa. ¿Por qué me
iban a creer?”.
Conseguir
pruebas es mucho más complicado cuando no se trata de un asalto con violencia
por parte de un desconocido, reconoce Torres, pero señala que existe múltiple
jurisprudencia de que en esos casos el testimonio único de la víctima puede ser
tenido en cuenta como prueba suficiente, “ya que de lo contrario la mayoría
caería en la más absoluta impunidad”. Pero para ello hay que cumplir ciertos
requisitos: que no exista interés espurio para denunciar o una enemistad
previa, que el testimonio de la víctima sea verosímil y coherente.
Pero según
Vázquez, uno de los principales motivos por los que se descarta interponer una
denuncia es porque “sienten que tienen que exponer su sexualidad, admitir ante
diferentes personas que iban a acostarse con un desconocido y que cuando les
dio mal rollo no pudieron parar la situación”. Y esto no ocurre sólo con las
jóvenes, sino que las mujeres mayores “también salen de marcha, también se quieren
enrollar con gente”, y eso es difícil de contar en un juzgado. Por ello, la
psicóloga defiende la importancia de denunciar para romper con la impunidad,
pero entiende que “el desgaste y la exposición que supone el proceso” las
frene, y por ello reclama centrar las respuestas institucionales y sociales en
brindar acompañamiento a las víctimas.
La abogada de
Adavas confirma que “si la víctima cuenta con apoyo profesional especializada
desde el inicio, la respuesta penal suele ser adecuada al daño ocasionado”.
Como prueba, señala que el 73% del total de agresiones sexuales denunciadas por
la asociación entre 2010 y 2011 terminaron en una sentencia condenatoria; menos
del 10% de los agresores fueron absueltos, y en el resto de los casos no se
llegó a juicio, generalmente por falta de pruebas. Eso sí, en 2010-2011 una
media del 40% no quiso interponer denuncia, sobre todo por miedo a que no les
crean. La abogada considera que, incluso cuando han pasado años desde la
agresión (pone como ejemplo los abusos sexuales en la infancia), conviene
denunciar si la persona lo desea, “porque ayuda a superar el episodio, porque
el abusador debe tomar conciencia de lo que hizo, y puede servir de protección
tanto a la víctima como a otras posibles víctimas”.
La asociación
brinda asistencia gratuita las 24 horas del día a través de un servicio de
emergencias, en coordinación con las demás instituciones. Se trata de una
atención integral con perspectiva de género por parte de un equipo formado por
psicóloga, abogada, trabajadora social, musicoterapeuta para menores y
voluntariado, cuya prioridad es que la víctima supere el trauma, que no sienta
culpa y que se sienta apoyada y comprendida en la toma de decisiones. Además,
la organización realiza actividades de sensibilización y denuncia, bajo la
premisa de que debe haber “una respuesta social adecuada y proporcionada ante
los ataques contra la libertad sexual, sin llegar a la alarma social”.
La periodista vasca especializada en igualdad de género
June Fernández Casete (Bilbao. 1984), con su reportaje “Yo quería sexo pero no
así” publicado en la revista digital “Pikara Magazine” y en “eldiario.es”, ha
ganado el II Premio de Periodismo “Colombine”, que organiza la Asociación de
Periodistas – Asociación de la Prensa de Almería (AP-APAL), con el patrocinio
de Unicaja y la colaboración de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM); las
federaciones, de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y Andaluza de
Asociaciones de Periodistas (FAAP); Fundación “Carmen de Burgos” y Colegio de
Periodistas de Andalucía.
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