Este poeta
español,
miembro de la mítica
Generación del 27, es el mayor referente de la literatura española del siglo
XX. También escribió numerosas obras de teatro, género en el que también se lo
considera autoridad e icono del siglo pasado, destacándose Bodas de sangre y La
casa de Bernarda Alba. Fue asesinado en Granada durante la Guerra Civil
Española por su condición de republicano y homosexual. Entre sus poemas podemos
encontrar Gacela de la terrible presencia, Alba, Alma ausente, La casada
infiel, Muerto de amor y Ciudad sin sueño.
Alba
Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.
Ciudad sin sueño
No duerme nadie por el cielo. Nadie,
nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y
rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a
los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto
encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la
tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie,
nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más
lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la
rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana
lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los
perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta!
¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para
comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el
coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá
sin descanso
y al que teme la muerte la llevará
sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se
refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las
mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de
esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar
rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de
zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no
sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más
que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde
iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del
niño
y la piel del camello se eriza con un
violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie,
nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie,
nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche
exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea
bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la
calavera de los teatros.
Muerto de amor
¿Qué es aquello que reluce
por los altos corredores?
Cierra la puerta, hijo mío,
acaban de dar las once.
En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquélla
estará fregando el cobre.
Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por el arco
roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían.
Solo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el fulgor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal, ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé dónde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.
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